Hoy ha fallecido mi padre. Un cáncer incurable y extendido se lo ha llevado por delante, poniendo fin a ochenta y cinco años de vida tranquila, sin estridencias y creo que a su modo, honesta. No tengo ninguna intención de hacer un panegírico sobre su vida, hablar de lo bien o lo mal que lo hizo como persona o como padre. Pero necesito contármelo a mí mismo, porque todavía no me he hecho a la idea de que ya no le volveré a ver.
Nunca tuvimos una gran relación. Creo que no le perdoné su traslado por trabajo, con diecisiete años de mi Madrid natal a Basauri, que en aquel entonces me supuso un auténtico trauma, y que posteriormente me sirvió de excusa para algún fracaso personal. No sé si tuvo alguna otra alternativa, pero me obligó a empezar de cero en una mala época y cuando no lo necesitaba en modo alguno.
Fue un tipo cabal, que trabajó duro para dar un futuro a sus hijos y una muy buena vida a su mujer. Se quisieron hasta el final como he visto en muy pocas personas, acompañando a mi madre en sus diez años de alzheimer como nunca pensé que fuera capaz. Verles de la mano paseando mientras ella pudo, después en la silla de ruedas pero siempre juntos, fue una lección que no querré olvidar jamás.
Estuvo ahí cuando fue necesario y cuando no, pero en los momentos difíciles nunca me decepcionó. Fue un buen padre, un buen marido y por lo que he visto después, un buen amigo. Agur aita.
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