La corrupción es un problema
dramático para cualquier sociedad democrática. Genera desconfianza, suciedad,
injusticias que deben ser combatidas con controles institucionales, y con los
todavía hoy escasos resultados ejemplarizantes.
La sociedad civil intenta
defenderse y destapa esa lacra. Denuncias judiciales, valientes que dan el paso
y prensa que investiga y acusa, provocando ese tremendo ruido mediático que
está empujando procesos, que descubre pruebas y enfoca a magistrados. Pero que al
mismo tiempo genera hartazgo contra la política, una niebla
que iguala a todos los electos para esconder a los sinvergüenzas, que nos
invita a pasar de partidos y encomendarnos a algo que nos saque de este marasmo,
y realmente no sé si de manera inocente.
Porque tantas diarias
"novedades", que todavía no han metido chorizos en la cárcel,
empiezan a parecer un capote que nos ponen para tapar los auténticos responsables
de esta crisis, los poderes financieros y su actividad convenientemente desregulada,
y dirigirnos contra esa colección de incapaces que nos gobierna, que deberíamos
cambiar por milagrosos "tecnócratas" apolíticos, que salven sus
intereses sin ningún control democrático.
El Poder tuvo un problema con los indignados, con sus asambleas y sus reclamaciones apoyadas por los ciudadanos. Después fueron las plataformas contra las hipotecas, que tras un ligero brillo, unos escasos momentos de gloria, han sido absorbidos por el sistema y olvidados por la población. ¿Es lo que se busca con la corrupción reinante entre nuestra clase política y económica? ¿Se impondrá la amnesia del miedo para olvidar la ruina que nos ha regalado su codicia?
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