Y tras el Congreso del PSOE comienza la hora de la verdad, y no solo para el partido. En estos tiempos revueltos donde las crisis, de origen incierto, sirven de excusa para cambiar modelos económicos, es imprescindible tener una fuerza a la izquierda potente, que contrapese de algún modo las directrices neoliberales que nos imponen desde Bruselas.
Y hoy efectivamente no existe. Quedan unas siglas con pasado intenso, que cumplieron objetivos imprescindibles para el bienestar de los ciudadanos, pero que en un desgraciado mes de mayo decidieron tirar por la borda unas promesas electorales, y como consecuencia un crédito político que todavía se está muy lejos de haber recuperado.
Frente a este desconcierto se ha cambiado a métodos de elección democráticos e innovadores, y la militancia ha elegido directamente a su Secretario General. Pero las nuevas formas, las expectativas de apertura y participación, con la prometida elección del candidato a Presidente del Gobierno, se han quedado ahí. Se han frustrado en seco.
Pese a las promesas de integración del otro 51 % restante, se ha optado por cerrar filas con los eternos barones del partido. En lugar de abrirse hacia dentro, de crear contrapesos que provoquen debates, de meter sangre nueva en una Ejecutiva plural y ágil, se ha optado por un monstruo de 38 personas, (¿alguien entendería un gobierno de 38 ministros?), signo evidente de debilidad y de intentar acallar las discrepancias ganándolas con los cargos.
Le deseo lo mejor a Pedro, porque me lo deseo a mí mismo como socialista y ciudadano. Pero tengo la duda de si realmente se percibe la gravedad de la crisis del partido. No se trata de reconquistar la riada de votos enfadados, sino de recuperar a personas que no confían en nosotros, que se fueron indignadas por nuestro abandono y a los que darles más de lo mismo, aunque sea con caras nuevas, puede sonarles hasta a insulto.
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