Aunque pueda parecer extraño, en todas las encuestas publicadas está perdiendo tantos votos el PP en el gobierno como el PSOE en la oposición. La bajada del PP es obvia, no ha cumplido ni una de sus promesas electorales, tiene un Presidente que ni siente ni padece y nos dirige hacia una debacle sin precedentes. Los problemas del PSOE son bastante más complejos.
Parece claro que los ciudadanos recuerdan los dos últimos años de Zapatero en la Moncloa, con la bajada de sueldos de los funcionarios, la congelación de las pensiones y el inicio de la reforma laboral, que si bien no tiene nada que ver con las últimas barbaridades del PP, fue lo contrario de lo que preconizaría cualquier gobierno de izquierdas.
La consecuente debacle electoral no ha supuesto ningún cambio. Las mismas caras de años de gobierno no han hecho creíble un apresurado giro a la izquierda, y en lugar de un punto y aparte que iniciara una recuperación de la credibilidad, (¿porqué no con disculpa incluida?), se ha priorizado la búsqueda de la identidad perdida, en medio de un mar de dudas e indecisiones.
Encontrar un programa antes de pedir el voto es éticamente irreprochable. Pero la velocidad del deterioro social, del descrédito de la clase política, puede convertir esa estrategia, seria pero lenta, en un debate teórico alejado de las penurias y de la atención ciudadanas.
No hay un líder que ilusione a un electorado perplejo, ni una idea clara que movilice, que recupere un partido histórico hoy imprescindible para pelear por lo público, por lo que nos hace sociedad con derechos. Jáuregui reconoció que o se cambiaba o les echaban. Parece que no todos se están dando cuenta del peligro.
Publicada en EL CORREO como Carta al director el 2 de junio de 2013
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