Empezó como en los buenos tiempos. Le apetecía sentirse libre dando su opinión, publicándola pese a saber que no iba a gustar. No compartía las dudas, la eterna indefinición, el querer quedar bien con todos. Había que tomar partido, presentar por fin una postura clara con todas sus consecuencias. Y él lo hizo.
La ceremonia contenía dos partes. Una atreverse a mandarla, y la segunda esperar a su publicación. Podía ser que sí o que no, mañana mismo o en unos días, por lo que comprar el diario tenía otro atractivo añadido. Le hacía sentirse bien y además le apetecía.
Lo siguiente era reivindicarse, asumir y empezar a trabajar. Y ya estaba hecho.
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