No se podía quejar. Tenía una buena vida, una familia y una situación desahogada. Le gustaba su trabajo, y escuchaban sus puntos de vista. Por eso aquella mañana se sintió tan mal.
Analizó qué estaba pasando, y después de muchas vueltas vio nubarrones en el horizonte. Tampoco era tan grave, solo modificaba una buena situación. A partir de ese momento debería tomar precauciones, ser mucho más precavido en sus actuaciones y prepararse para futuras emboscadas. Ahora sabía que había despertado envidias, no sabía muy bien porqué, y que había gente que intentaría perjudicarle.
Todo presentaba una nueva dimensión. Había que cambiar moderadamente de estrategia, empezar a sumar apoyos y dejar de ir a pecho descubierto. Sería más complejo, pero más estimulante.
Y había acertado en lo fundamental: si se hubiera dejado llevar por un primer impulso, lo estaría lamentando. En tiempos de crisis las respuestas deben ser especialmente meditadas, y había acertado esperando, sin tomar decisiones al calor de los acontecimientos.
Ahora comenzaba la segunda fase. La suya. Habían descubierto sus cartas con bastante torpeza, y eso había que aprovecharlo.
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